Nacida en Montevideo, Uruguay, en 1972, se exilia a Buenos Aires con su familia cuando sólo tenía un año. Allí cursa la carrera de pintura en la Escuela Nacional de Bellas Artes Pirilidiano Pueyrredón, asiste por 4 años al taller de Miguel Dávila y se desempeña como ayudante de cátedra de Elsa Soibelman en el IUNA. Desde el 2006 vive y trabaja como docente en Ushuaia. Y pinta, sobretodo pinta. Su taller, una buhardilla arriba de su casa, está lleno de lienzos para descubrir y disfrutar. Coloridas, expresivas, conmovedoras, inquietantes… son las pinturas de Cecilia de Souza.
Su obra se puebla de imágenes que evocan una intimidad, la de la artista, y que a su vez, nos hacen parte de ella. En sus cuadros siempre hay personas, sobre todo niños y niñas, que miran directamente al espectador, haciéndonos partícipes de lo que les pasa. ¿Y qué es? ¿Qué ocurre con sus personajes?
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La mayor (2010) 100 cm. x 120 cm. |
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Los varones (2011) óleo y acrílico sobre tela 100 x 120 cm. |
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Negro (serie desintegración 2009) Óleo sobre tela 100 x 100 cm. |
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La importancia del rosa (2009) 100 x 150 cm. |
Es la magia del arte, es la magia de la sensibilidad humana, poder trascender la realidad y el tiempo inmediatos.
Una de las características del arte contemporáneo es el valor del proceso por encima de la obra-objeto, propia del llamado arte conceptual, desde que Marcel Duchamp, en la segunda década del siglo XX presenta sus primeros ready-mades, objetos de la vida cotidiana, como Rueda de bicicleta y Urinario que son descontextualizados y exhibidos en una galería o museo como piezas de arte adquiriendo por sola intención del artista un nuevo sentido, sin siquiera transformarlos materialmente.Obviamente era una crítica al arte como mercancía, al valor desmedido que el mercado del arte otorga a los objetos. Con estas acciones nace el arte conceptual donde la idea importa por encima del objeto.
“Me interesa la pintura como medio, el arte contemporáneo como fin, supongo que mi planteo tiene algo de conceptual en tanto insiste en cuestionarse a sí mismo.” Si bien la obra de Ceci de Souza tienen características conceptuales, porque además el mismo proceso deviene en discurso, su obra es también muy matérica. ¿No es acaso a través del soporte y la pintura que llega a conmovernos?
En la serie que forman los cuadros Luz que tuvimos, Luz que
tuvimos II y El día de los muertos
, De Souza reproduce de manera minuciosa
y realista a sus personajes, gracias a las fotografías de su álbum familiar,
pero después, y casi sin piedad arroja pintura sobre ellos directamente desde
el pincel o el frasco. Ciertas corrientes artísticas de la segunda mitad del
siglo XX defendieron que lo realista en la pintura no es la manera de
representar, sino la propia materia en sí, la mancha. En relación a esta
opinión de Souza manifestó “Trato de no
pensar en el resultado sino disfrutar el estado y la experiencia de pintar”.
Gracias a la técnica del goteo, cuyo máximo exponente es el expresionismo
abstracto de Jackson Pollock, la pintura cae con intención pero sin un control
total, como huella del gesto del pintor, con expresión y voluntad propia. De
manera similar, casi por azar, la memoria selecciona y distorsiona los
recuerdos sin permiso expreso.
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Luz que tuvimos II (2010) óleo y acrílico sobre tela 100 x 100 cm. |
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Luz que tuvimos I (2010) |
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El día de los muertos |
En otras obras la imagen no es manchada sino que simplemente el dibujo queda inacabado, como imposible de concretar. También frente a estos cuadros nuestra imaginación se pone a trabajar buscando un sentido a aquello que puede no tenerlo. Por ejemplo en el cuadro Ida solo, los pies de la niña están apenas esbozados, y una no puede dejar de imaginar que esos pies no poseen un aspecto físico porque tienen todavía mucho por recorrer y su futuro es incierto.
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Ida sólo |
En la pintura-instalación Perra ciega, presentada en la Casa Beban durante la edición del MAF
(Mes del Arte Fueguino) de 2012, la artista hace una metáfora sobre la soledad
del individuo, y en particular del aislamiento de los artistas que viven en
Tierra el Fuego. Perra ciega alude a
Buenos Aires, centro dominante del movimiento artístico, respecto del cual
ocupamos una situación de periferia. En esta ocasión la intención de la artista
fue interpelar al público con un novedoso montaje. En su constante búsqueda de
transgredir la propia disciplina, saca a los cuadros de la pared y los cuelga
del techo, ocupando el espacio por el que normalmente circula el espectador,
creando una dinámica de observación diferente y buscando la desintegración de
los límites del cuadro. La instalación consta de veinte pinturas que parecen
estar en el aire y en cada una de ellas se representa un perro a la manera
realista pero carente de fondo, sin espacio que lo contenga, como flotando en
un solo color.
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Perra ciega (2012) óleo sobre tela 100 x 70 cm |
En todos los casos, las imágenes difusas, los personajes
atrapados en una red de líneas y manchas, los fondos que son color, que son
pura materia, se nos presentan como un misterio. Atmósferas a medio camino
entre el pasado, el presente y el futuro, o todo a la vez. Un misterio que para ser develado requiere
una contemplación serena y reflexiva, “e
ingenua… si fuera posible” agrega la artista. Porque a veces no todo tiene
un sentido, una sola manera de ser o parecer. Sino que como creían los
surrealistas las palabras y las imágenes esconden un significado propio, el
auténtico. Olvidándose de la razón, que domina todo nuestro pensamiento, y sólo
a través de un estado subconsciente o a través de los sueños es posible llegar
a la otra realidad, la verdadera.
“Busco en el espacio
incierto entre la fotografía y la pintura. Presiento ahí, en el recorte
subjetivo, en el error de la mano, una vía por la que se filtra el
inconsciente. La síntesis sin represiones de los sueños. Como la memoria que
selecciona y sintetiza, deja solo lo fundamental al relato. Los pilares
esenciales que sostienen lo que es. Experimento estrategias que burlen los
mandatos del entorno y de la conciencia.”
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Lo inestable (2010) óleo sobre tela 105 x 81 cm |
“No creo que pueda haber obra si no hay
metáfora y no creo que pueda hacerse metáfora sin un deseo auténtico de traer
un sentido verdadero. Un sentido al que es imposible de acceder de manera
directa, porque es precisamente aventurarse en el misterio de lo que se
trata...”
Creo que Cecilia de Souza coincidiría con Marc Chagall
cuando dijo que “el arte es sobretodo un estado del alma”, y ella tiene un alma
de exploradora, busca descubrir nuevos terrenos para la pintura y el arte
contemporáneo. En su última aventura (por ahora) de Souza viajó hasta
Uruguay, donde fue seleccionada para participar de Departamento 20 una muestra
colectiva de cinco artistas uruguayos residentes en el exterior que se presenta
desde noviembre de 2013 a marzo de 2014 en el Espacio de Arte Contemporáneo
(EAC) de Montevideo. Para esta exposición la artista dibujó estas palabras,
buceando en sus recuerdos y emociones más sinceras:
Yo nací con una nostalgia
heredada.
Crecí sabiendo que no estaba del
todo en casa…
“Lloraste todo el camino hasta
acá”, me decían, y yo sentía el orgullo de la resistencia.
Yo crecí con eso, aferrándome a
eso, preguntándome: ¿por qué, si ya teníamos un mar, me trajeron a este
desierto de piedra?
Junto con las palabras, como
siempre pasa, se fueron formando las certezas: allá es mejor, allá sí es mío,
allá existe en algún lugar un padre, allá no sería tan rara, allá no estarían
siempre medio tristes, allá no estaríamos de más, acá es un error, ellos no pueden
corregirlo, yo tengo que poder, algún día…
Pase mi infancia dibujando, entre
Alicia y El Mago de Oz y esperando alguna señal, alguna puerta, algún rescate…
La familia es el relato, es la
memoria, la que da los nombres, la que provee la tinta para seguirse
escribiendo una historia.
Yo era extranjera porque mi
familia lo era.
Nuestro relato no aportaba al
relato colectivo.
El afuera confirmaba estas
certezas de formas oblicuas; yo advertía en los otros adultos una cierta
voluntad de disimulo:
-“Vos sos casi argentina”- me
decían con sonrisa expeditiva.
Yo intentaba sonar lo más
uruguaya posible, no confundir zapatillas con championes, pedirle boñatos al
verdulero y que se arreglara para entender…
Sin embargo, cuando íbamos de
vacaciones a Uruguay, no podía evitar sentirme, muy a mi pesar, un poco
demasiado porteña, como tentada a pedir disculpas, temiendo que mi
extranjeridad fuera una condición
más grave en mí que en mi madre o mis abuelos, una especie de mancha de
nacimiento imposible de arreglar.
De todo esto estoy hecha, y de
mis modos de lidiar con ese mundo medio ajeno: el arte ha sido siempre mi
territorio posible. Mi espejo- puerta al otro lado, mi agujero de conejo, mi
huracán…
Creo en la condición de artista
como estructura del ser más allá de las elecciones.
El arte como un engranaje de la psiquis.
Creo, como dijo un escritor, que no se puede
pintar (o escribir) si no es desde cierta
extranjeridad, desde cierta marginalidad.
Somos los testigos, los observadores, somos
la memoria sensible, esa es nuestra posición y nuestro trabajo.
Nunca me propuse hablar de esto en mi
pintura y sin embargo aparece.
Ahora vivo en Ushuaia (nunca pude con Buenos
Aires) sigo pensando en volver de alguna manera, pero ya no me siento lejos de
casa.
Ahora vivo en el fin del mundo, o en el culo
del mundo, donde la mayoría vinimos de algún otro lado.
Nos llaman paracaidistas y no me sienta tan
mal…
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Caída, dibujo y collage sobre papel |
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